“Con estas consideraciones oscuras estoy tratando una vez más de acercarme al misterio de la transmutación de la angustia, siempre relacionada con el vértigo y el pozo, en esta serenidad contemplativa que, a veces, culmina en la alegría de desaparecer en la visión de esas cosas que resultan tanto más hermosas cuanto más prescinden y menos se preocupan de nosotros, y cuya belleza reside precisamente en ese poder que tienen de anonadarnos.” (Catherine Millot, ¡Oh, soledad!)
“Disculpen el desorden,” dije cansada. “Me he pasado el fin de semana con mis antiguas amigas.” Concluí señalando los sillones.
Y todos me miraban… me miraban con sorpresa, angustia y extrañeza. Me pregunté, por un segundo, si empezaba a imaginar cosas… “Imposible, los fantasmas no hablan,” dije para mis adentros.
“Por favor, siéntanse como en su casa, prepararé un poco más de té.” Y vi a Clara a punto de sentarse encima de Galatea. “¡Clara!” Fue todo lo que pude decir mientras la miraba horrorizada y ella dio un salto.
“¿Sí?” Respondió.
“Parecía que estabas por sentarte en Galatea.” Le dije y ella soltó algo parecido a una risa nerviosa, pero nunca se sabe con Clara, se altera con extrema facilidad, demasiada diría yo; es muy nerviosa y cuando se ríe cuesta un poco adivinar su verdadero estado de ánimo. Su esposo la ayudó a sentarse a su lado, “pobre Clara,” pensé, con dos hijos debe ser difícil mantener la calma, y luego pensé en mis propios anhelos... me pregunté si la calma valía tanto como el ruido cuando se tiene hijos.
Sacudí mi cabeza queriendo apartar los “malos pensamientos,” porque no tenía tiempo para eso con todas esas personas en mi casa.
“Te ves bastante cansada,” comentó Orlando y me reí para mis adentros, el tacto nunca ha sido uno de los fuertes de Orlando, pero yo me llevaba bastante bien con él, apreciaba y apreció su extrema honestidad, Sanon también la apreciaba mucho.
“Tan amable como siempre, Orly. Bueno, Galatea y Nana vinieron hace un par de días y he estado demasiado entretenida como para descansar. Cuando estás disfrutando el tiempo pasa volando, como tú bien sabrás; decías eso todo el tiempo la primavera pasada cuando estuvimos en Chipre.” Y Orlando se rió.
“Así es. Viajar es uno de los pocos placeres que me rehuso a negarme.” Continuó y yo asentí, él sabía que yo pensaba lo mismo al respecto, tantas veces ya hemos hablado del tema.
“Y dime, Oda ¿Dónde está Sanon?”
“No lo sé,” respondí algo incómoda. Aunque a decir verdad no sabría decir por qué estaba incómoda, era normal que Orlando pregunté de Sanon.
“¿No lo sabes?” Insistió Orlando incrédulo.
“¿Tampoco ha estado en casa?” Preguntó Clara y la miré algo fastidiada, ¿por qué habría de preguntarme eso? ¿Qué estaba pasando por su mente? Sanon era mi esposo, claro que venía a casa todos los días; en efecto, últimamente ha estado en casa más que en ningún otro lugar.
“¿A qué te refieres con “tampoco,” Clara?” Pregunte mirando a Clara a los ojos, tratando de ver si había algo más allá, después de todo Sanon es un hombre maravilloso, es comprensible que hasta una mujer casada se fije en él, aun si esta mujer casada es mi amiga de hace ya varios años, y tanto ella como su esposo acostumbran a pasar vacaciones conmigo y mi esposo hoy en día.
“Sanon no ha estado asistiendo al trabajo, Oda.” Dijo Orlando algo preocupado. “¿Se encuentra bien?”
“Sí, nada más algo cansado.” Respondí. “Si me disculpan un momento, voy a preparar el té. ¡Oh, santo cielo! Disculpen mi falta de modales. Galatea, Nana, ellos son Clara y Orlando, queridísimos amigos míos y de Sanon.” Sonreí y me retiré a la cocina, sabía que Orlando sabría mantener la fluidez de la conversación tras las respectivas presentaciones; mi parte del trabajo estaba hecho.
Me apresuré a la cocina, y esta vez encendí las dos teteras, seguramente Galatea y Nana necesitaban más ahora. Encendí el fuego a toda potencia, y me apresuré a conseguir el azúcar, si bien Clara no solía consumir dulces, Orlando optaba por un poco de azúcar con su té a veces, como yo. Cuando la tetera empezó a sonar, la moví de inmediato y serví cinco tazas de té. Los lleve a la sala, y me encontré con Orlando y Clara hablando muy bajito, mientras que Nana y Galatea me miraban y los señalaban con los ojos, cómo pidiéndome que haga algo con la incómoda situación.
“El té está listo,” dije y empecé a ordenarlos en la mesa, mientras retiraba los anteriores que ya estaban fríos.
“¿Lograron conocerse un poco?” Pregunte a pesar de saber que no habían avanzado.
“Bueno... es que...” dijo Clara algo apenada y yo solo quería sacudirla, invitandola, a mi manera, a que se calme y pueda disfrutar la visita.
“Necesito hablar con Sanon, Oda. ¿Podrías llamarlo?” Insistió Orlando y me pregunté por qué estaba siendo tan agresivo, Orlando solía tener un poco más de delicadeza en general, aun si el tacto en sí no fuese su fuerte, sus modales eran bastante buenos.
“Creo que sería mejor que pases al cuarto, no ha salido estos días.” Continúe, “tal vez, incluso, logres que se levante de la cama,” dije algo apenada. No sabía bien qué le pasaba últimamente y aunque había intentado ya varias veces que diga algo se mantenía en silencio.
Orlando me siguió a la habitación, y Clara detrás de él, supuse que se sentiría incómoda con dos extrañas por lo que no dije nada al respecto. Cuando abrí la puerta un olor fétido salió y me asombre porque no era el olor usual de nuestra habitación. Orlando se acercó a Sanon y levantó su mano, indicando a Clara que no siguiera.
Yo me senté a lado de Sanon, acaricie sus cabellos y besé su frente. “Espero que te escuche, Orly. Hace tanto que no me habla.” Dije y las lágrimas rodaron por mis mejillas. Y la mirada de Orlando me dijo tanto... ¿Acaso me encontraba frente a mi propio precipicio? Porque el silencio de Sanon representaba una eterna ausencia, y su ausencia representaba mi muerte. Y su vida, mi vida.
“Nos vemos, así, a veces, confrontados con el hecho de no ser nadie para el otro, hecho que, cuando se ama, se confunde con la muerte. «El amor, decía Bataille, eleva el gusto de un ser por otro a un grado de tensión en el que la eventual privación de la posesión del otro o la pérdida de su amor se siente tan duramente como una amenaza de muerte.»” (Catherine Millot, ¡Oh, soledad!)