Ayer cuando escuche tu voz me fui desprendiendo a pedacitos de ti...
de la misma manera en que lo hice cuando amenazaste con cambiarme,
de la misma manera en que lo hice cuando dijiste adiós aquella mañana de septiembre.
Yo no tenía la capacidad de borrarte de una sola vez,
porque corría peligro de morir desangrada en el intento,
tenía que hacerlo a pedacitos... a ver si así no dolía tanto.
Sin embargo eres una herida abierta que amenaza con nunca cerrarse
& yo ya no sé qué poner en pos de curarme.
“¡Ya deja a ese pobre hombre en paz!” Me repite una y otra vez mi madre,
supongo que ella sabe más, pues ha sabido aconsejarme.
“No te ilusiones de más” decía mi abuela cada vez que de ti llegaba a hablarle,
supongo que ella sabe más, pues ha sabido aconsejarme.
Y este corazón mío, necio, necio, necio, tan necio como él solito;
no supo parar la fuente de sentimientos
que se avecinaba cada vez que sacabas cualquier cosita de tu pecho.
¿Perdió mi mente la lucidez en esos días?
¿O es que mi corazón se hizo el valiente y pintó todo de alegría?
Si al final del día ibas a estar ausente,
mejor hubiera sido que nunca te hicieses presente;
ahora camino con el seno hundido como protegiéndome de la muerte,
los dolores pasados se achican, comparados con el dolor del presente.
Pero dejando de lado lo que lloro, lo que extraño y lo que aun amo
de lo que hubo en nuestros tiempos de antaño,
me alegra saberte bien, me alegra verte sano;
la vida se vuelve menos pesada, menos preocupante,
menos mala de hecho, al saberte aquí, al saberte eterno.