“No puedo ser madre otra vez” –pensó Ludmila mirando aparentemente al horizonte, mientras recordaba todas las veces que su hija Alicia jugó en el parque de en frente, especialmente en ese columpio que era, prácticamente, suyo; los demás niños incluso temían usar aquel columpio del terror que generaba ver a la pequeña Alicia correr con total desesperación al ver que su juguete estaba siendo usado por alguien más sin su consentimiento.
“Mami, puedes jugar con mi columpio” le había dicho su hija muchas veces, invitándola a sentarse en aquel columpio que cuidaba tan recelosa. Nadie más que ella, comprendía que era la secreta manera en que Alicia le decía que la amaba, y ese era uno en un millón de actos que su pequeña realizaba día tras día dando cuenta del inmenso amor que le profesaba. Y ya no estaba ahí, no estaría más… y no había manera de volver a vivir todo eso a su lado.
La idea de volver a ser madre le parecía inconcebible ahora, si no pudo proteger a Alicia con solo seis años, no tenía derecho a tener entre sus manos otro pedazo de cielo. ¿Cómo podía ser posible que haya un bebé en camino? ¿Qué haría ella con ese bebé? No tenía la más mínima idea y no estaba segura de querer tenerla. De ahora en adelante tenía que pensar seriamente hasta donde quería llevar ese embarazo.
La casa se sentiría tan vacía sin Alicia, y su esposo aun no volvía del trabajo para escuchar al menos un eco, que emitiera algún sonido dentro de su alma; ella aun no lo había llamado, ni a él ni a nadie, a darle la devastadora noticia del accidente que tuvo la buseta que llevaba a Alicia todos los días a la escuela. “¿Qué le voy a decir?” –pensaba algo desorbitada preguntándose en qué momento las lágrimas se dignarían a salir, para sacarla de ese coma emocional en el que parecía haber caído tras enterarse de lo sucedido.
De repente sintió un golpecito en el estómago, ahí estaba su bebé, haciéndose sentir, reclamando ser recordado y alimentado. Ludmila llevaba alrededor de tres horas en ese estado de enajenación y no había probado ni un bocado de comida desde que se despertó. Las primeras horas de la mañana fueron ocupadas en preparar a Alicia para la escuela, y servir el desayuno de su esposo antes de que salga al trabajo.
“¿Tienes hambre?” –preguntó Ludmila a su abultado estómago y sintió otra patadita. Ludmila emitió una leve risa, recordando lo comilona que Alicia también había sido en sus primeros meses, una vez incluso la encontró intentando comerse los dedos del hambre que tenía ¡Qué ocurrencias tan adorables tenía su pequeña! Cada nueva situación la volvía a alguna esquina de su corazón, llena de recuerdos de su primogénita.
“Supongo que tenemos que alimentarnos”. –Dijo, ahora acariciando con ternura su pancita; mientras pensaba en el nombre que Alicia había seleccionado para su hermanito: Arturo. “Arturito” –diría Alicia, contándole que era el nombre de un príncipe que se había ganado su beneplácito en una de las tantas películas animadas que veía. Las mejillas de Ludmila empezaron a humedecerse, y una sonrisa se dibujó en sus labios, el llanto consolador al fin.
De ahora en adelante tenía que cuidar del bienestar de Arturo, no podía detenerse y dejar que esa tarde se lleve más vidas de las que ya había tomado. Es verdad, esa casa nunca sería lo mismo sin su hija, en realidad su vida nunca sería la misma… sin su hija, pero ella tenía que pensar en su hijo también; y tanto el tiempo como la realidad seguían su rumbo, no se hacían esperar por nadie y no se detenían ante el dolor de nadie.
Ser madre no era algo que se pueda dejar de ser de un día a otro, tanto las memorias con Alicia, como los constantes llamados de atención de Arturo daban cuenta de ello. “Solo llévate el silencio que quedó” –susurró Ludmila en dirección a su vientre mientras agarraba el celular para apresurarse a llamar, de una vez, a su esposo; pero, en cuanto tomó el teléfono una llamada entró interrumpiéndola, atendió la llamada y logró escuchar ese tan familiar y anhelado “Mami” del otro lado.
Madelaine Bustamante (12 de Noviembre del 2015)
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