Tras haber estado horas caminando por los rededores de la ciudad. Sakura frenó en seco y dijo:
- ¡Eres su sobrino! Gritó y rompió a reír. A pesar de haber compartido ese momento junto a su pintora favorita y aún sabiendo que era verdad, no podía creer el haber sido tan afortunada de conocerla en persona y tener en su misma clase a su sobrina, ni más ni menos que: el invasor, el auxiliador, el arrogante, el triste, el chico nuevo.
- Sí, es mi tía. Disculpa pero, ¿Podrías despertar de una vez? Quiero ir a casa pero no tengo ni la más mínima idea de como llegar. Llevas horas perdida en ti misma y ni siquiera te he podido hablar para pedirte indicaciones ¿Cómo llegó a los condominios Shuran? Preguntó él algo cansado, pues aunque había aprovechado ese tiempo en conocer un poco más la ciudad, se estaba haciendo tarde y tenía que estar en casa antes de que su abuelo notasé su tardanza.
Sakura reaccionó al instante y se disculpo por su desconcideración, le nostró la manera de llegar a donde quería, se despieron con un simple saludo y cada quien tomó el camino debido.
Ya en casa, sintió que la realidad se hacia presente. No había duda de que todo aquello había sucedido realmente, hace tanto que no se la pasaba tan bien, hace tanto que no podía disfrutar de una tarde como lo había hecho este día.
- Sakura ¿A dónde iremos ahora? Preguntó él mientras juguetaba con la mano de ella y la besaba como a una reliquia.
- Quiero ir a una galería en Viena donde Otomustam Miruki-sama está presentando uno de sus más recientes trabajos. Me he enterado de que son una verdadera obra de arte. No podía esperar menos de Otomustam- sama. Dijo ella sonriente y algo ida por las fantasías ,que en cuestión de segundos, su mente había creado.
- ¿Obra de arte? ¿Tienes espejos en tu casa mon fleur? Ingadó él. A lo que ella respondió afirmativamente pero algo desconertada. ¿Que tenía que ver el espejo con la obra de arte? No estaba hablandole del arte que se aprecia en los muebles y la madera, sino de pinturas...
- Puedes ver todo el día el mayor tesoro del mundo, en lo que a belleza artística respecta Vous surpasser la beauté de La Joconde. Conluyó él logrando que su enamorada se sienta sobrecogida y se sonrojase.
Él estaba presente en todo momento de su vida, directa o indirectamente. Lo había hecho tan parte de sí, que habiendo compartido sueños, metas, alegrías, tristezas, enojos, entre otras cosas, no podía experimentar nada sin tener al menos un recuerdo junto a él, haciendole ver, que aún había una pieza faltante en su vida, y no podía negarlo.
Lo amaba, aún después de su partida, ella lo amaba, mucho, demasiado. De la misma manera en la que él la amo a ella mientras respiraba. Cada palpitar de sus corazones parecían encontrarse conectados, de manera de sonaban armonícamente, en conjunto; aún no lograba entender, como podía seguir la función, si un sonido se había apagado ya. Ilógico, susurró y una lágrima de impotencia rodó por sus mejillas ahogandola como tantas veces en un mar de soledad.