Yo podía verla solo de espaldas. Un cabello larguísimo y oscurísimo, como la noche; era un gran contraste para su vestido blanco y para el resplandor del sol que se veía con intensidad en su cabello. Estaba moviendo sus brazos con insistencia hacía arriba y hacía abajo una y otra vez. Mientras me acercaba me preguntaba si este era un momento apropiado, parecía muy ensimismada en lo que sea que estuviera haciendo. Aun no había notado mis pasos, ¿o fue que yo empece a moverme con sigilo al verla tan empeñada?
A medida que me acercaba podía ver mejor el cuarto en el que estaba, había una cantidad innumerable de una especie de pergaminos por el piso; parecía que habían sido deshilados, uno por uno, dejado a medias.
Sentía cada vez más curiosidad por lo que sea que estaba haciendo, y pese al rigor de su enfoque me atreví a hablarle.
- “¿Qué haces?” Pregunté y la vi sobresaltarse, no se giro para verme, ni se molestó en responderme. Siguió enfocada en su actividad como si mi presencia no importase. Me auto-invite ya que no me fue prohibida la entrada y me senté cerca de la puerta a revisar los supuestos pergaminos, y digo pergaminos porque no estoy seguro de que eran. Eran de un material parecido al papel pero mucho más fuerte y estaban todos medio enroscados, digo medio porque la otra mitad había sido destejida.
En cada pergamino abierto se veía rastros de su trabajo, todos eran de un color similar pero con diferentes tonalidades, y tenían manuscritos que parecían tejidos o pintados con diferente simbología. No sé bien si eran otros idiomas o simples rayones al azar, parecían homogéneos de manera que se pensaría que es un lenguaje, ninguno que yo conociese en todo caso. No vi ninguno en español, de manera que tampoco sé de qué se trataban, pero podía notar que ella llevaba mucho tiempo haciendo esto.
En algún momento me perdí en mí mismo tratando de entender de qué se trataban todos esos supuestos escritos, hasta que volví al presente al escucharla sollozar. Intente hablarle una vez más.
- “¿Estás bien?” Dije lo más suavemente posible para no asustarla de nuevo. Y ella me respondió entre sollozos.
- “No lo encuentro. Sin importar cuanto busque”.
- “Tal vez yo pueda ayudarte. ¿Qué buscas exactamente?” Le dije en un intento de aliviarla, su voz y su esmero me conmovían; como si quisiera aliviar su carga, cualquiera que esta sea.
- “No importa el idioma, ni el tema, ni la ciencia, no está en ninguna parte. Estoy cansada y sigo sin entender nada. Ya no sé qué hacer. ¿Acaso debería dejar de buscar? ¿Qué debería hacer? ¿Por qué sigo buscando? ¿Cuando empecé a hacerlo y cuando lo encontraré? Estoy tan cansada”. —Me decía todo esto sin dejar de buscar, seguía moviendo sus brazos y destrozando pergamino tras pergamino, me preguntaba si de verdad buscaba algo o si se había metido tanto en su papel de buscadora que había perdido el norte.
- “Tal vez no se trata solo del texto sino de la práctica también. ¿Has intentado buscar afuera?” —Le dije mientras me preguntaba a mí mismo si tenía algún sentido lo que estaba diciendo.
- “¿Afuera?” –Respondió ella algo sorprendida y por fin dejo de mover sus brazos. “¿Puedo salir?” —Me preguntó y esta vez era yo el sorprendido.
- “¿Por qué no podrías?”
No volvió a responderme, empezó a llorar más fuerte y siguió deshilando; sentí una fuerte ola de impotencia, sentí la pesadez del aire de esa habitación y me sentí algo mareado. Me sentí oprimido, con un fuerte dolor en mi pecho y quise pararme y salir corriendo; pero cuando intente levantarme la cabeza me dio vueltas forzándome a sentarme de nuevo. Empece a respirar agitadamente porque sentía que, de repente, me faltaba el aire.
La vi mirarme de reojo mientras sollozaba y empezaba a inhalar profundamente y exhalar lentamente. Como si estuviese enseñándome a respirar, como si tratara de ayudarme, ella a mí. Ella en toda su impotencia, ella en su malestar. Me deje guiar y logre recuperar la calma, y note que ella también. Apenas me recompuse, salí corriendo de ahí.
No recuerdo porqué fui a ese lugar, ni qué tenía que hacer. Solo sé que salí de ahí con un miedo indescriptible y, al mismo tiempo, con un alivio inmenso. Como si la vida me pesase mucho menos, como si haber respirado con ella me hubiese hablado directamente al alma y me permitiese respirar bien ahora. A veces me pregunto cómo está ella, y lanzo una plegaria al cielo... a la espera de que dónde sea que esté, ella sienta también esta ligereza de corazón que siento yo y que pueda buscar, o encontrar, más allá de las palabras que parecen limitarla.