— ¿Qué haremos ahora? Se está haciendo tarde. Preguntó ella desganada.
— No lo sé. Respondió él como de costumbre.
Ella empezó a caminar porque no quedaba mucho más por hacer. Mientras caminaba empezó a llorar, desolada por la constante incertumbre que él traía a su vida, preguntandose una y otra vez si esto era lo que quería hacer por el resto de su vida. Preguntandose si las decisiones que tomaba junto a él tenían algún sentido.
— ¿A dónde vamos? Preguntó él que la seguía por simple inercia, por costumbre; no porque quiera siquiera, sino más bien porque como él mismo había dicho: No Sabía Qué Hacer. Era una vida sin rumbo y ella parecía tener algún rumbo dentro de todo.
Ella no respondió, tampoco sabía realmente qué hacer, solo era consciente de que quedarse en el bosque en la noche no era lo más idóneo. Pronto se pondría oscuro y frío, y por bella que sea la naturaleza trae consigo sus peligros si no sabes cómo navegarla.
Después de una hora caminando, finalmente lograron salir del bosque y encontraron una calle principal. Ella no sabía dónde estaban pero se imaginó que si hay una calle alguien pasaría en algún momento en un carro y podría ayudarlos. Después de una hora entera sentada, ni un solo carro, o camión, ni bicicleta, ni moto, pasó por esa calle vacía; esa calle que parecía hacerse cada vez más amplia.
— ¿Qué hacemos ahora? Preguntó él preocupado. Había permanecido, extrañamente, por dos horas en absoluto silencio, un comportamiento bastante impropio de él.
— No lo sé. Ella respondió con amargura, pero con el placer que representaba para ella devolver sus ridículos “no sés,” que muchas veces parecía ser lo único que manejaba en su limitado vocabulario, cual niño perdido entrando en la adolescencia sin preguntas ni respuestas.
Él estaba preocupado por lo que harían ahora, si encontrarían alguien que los lleve de regreso a la ciudad, que podrían comer mientras tanto, si algún animal salvaje aparecería en la noche. Y ella no paraba de llorar porque sabía que de alguna manera u otra llegarían sanos y salvos a casa, pero mientras la noche caía y la luna brillaba con intensidad en el cielo, se acongojaba más y más de tan solo pensar qué harían después de esto. Qué pasaría en esa relación tan golpeada después de este incidente. Pensaba constantemente qué debería hacer, que tan inútil sería seguir, que tan ridículo seguir en una relación que tantas veces se presentaba como infértil y que ella a diestra y siniestra quería abonar y que creciera de alguna manera, pero que cada vez parecía más desierta.
—No te preocupes. Dijo él, tratando de consolarla. Ya aparecerá alguien, saldremos de aquí. Vamos a estar bien. Ella se preguntaba cómo era posible que nunca entendiera qué pasaba dentro de ella, cómo era todo siempre tan reducido dentro de él, tan momentáneo, cómo después de tantos años juntos aun era incapaz de comprender qué la angustiaba y que no. Sin embargo asintió, como dandole la razón porque, en muchas ocasiones, con él parecía más sencillo pretender que pensaban lo mismo a explicarle qué pasaba dentro de ella.
¿De qué serviría explicarle de todas maneras? El retorno a mil promesas de mejoría, de estabilidad, de tranquilidad, de bienestar que no se cumplían ni se cumplirían, mientras ella se quedaba en el limbo, en la nada, una y otra vez, en la angustia del vacío nuevamente, como si nunca pudiese escapar de este. Y así se quedaría hasta que encuentre otra forma de funcionar, por triste que parezca ahora mismo solo tenía esa.